1ª Sesión: El niño tuerto

Nota del Master: antes de leer esta primera sesión, es muy recomendable leer la sección Historia, para ponerse en antecedentes.

Siguiendo las indicaciones de Shosuro Kaigen, que conoce la zona, el trío de héroes sale del puerto de Lo Shan tras haberse aprovisionado para el viaje. Viajan hacia el suroeste, por una carretera comercial bien transitada de la región de Wa K'an.

Antes de llegar al bosque de Tung, anterior a las montañas Lei Shin que son su objetivo, los personajes se detienen para descansar y comer algo. Es en ese momento, con sus caballos amarrados y la guardia baja, cuando una banda de seis salteadores de caminos decide caer sobre ellos. Saliendo de entre los arbustos, se dirigen hacia los personajes y, con modales chulescos, les exigen el pago de un tributo por pasar por aquel camino. Sin ceder al chantaje, los héroes empuñan sus armas y se aprestan para el combate. A pesar de ser la primera vez que combaten juntos, los tres demuestran una perfecta coordinación. Evitando los flanqueos de los maleantes, Chang Wo, Lei Tsu y Shosuro dan buena cuenta de ellos sin piedad. Lei Tsu partió a la mitad a uno de ellos con su naginata, mientras Chang Wo despachaba a su jefe con el mismo fluído movimiento de desenvainar su katana y Shosuro arrollaba a otro de ellos, lo derribaba al suelo y le abría la cabeza con sus nunchaku al intentar levantarse. Una vez solucionado el tema del peaje del camino, los tres aventureros retomaron su viaje.

No fue hasta bien entrada la tarde que los viajeros llegaron a los lindes del bosque de Tung. A pesar de que el camino principal se alejaba hacia la derecha, y de que sólo un sendero secundario se adentraba en la foresta, los tres no lo dudaron a la hora de entrar en Tung, ya que eso acortaría su viaje hacia las montañas. Pronto lamentaron su error, ya que dos lu-nat los emboscaron. Alertados por un movimiento a su derecha, entre los arbustos, los tres personajes se pusieron alerta. Sin embargo, al ver que no era más que una simple liebre que salió de los matojos para cruzar el camino, se relajaron ostensiblemente. Y calleron en la trampa de los lu-nat. Estos seres tienen la capacidad de hechizar a los animales de sus bosques natales, hecho que aprovecharon para distraer a los personajes con la liebre y atacarlos desde arriba. Antes de poder siquiera reírse de su nerviosismo, una mancha azul cayó sobre el samurai montado desde una rama, y otra se abalanzó desde la izquierda contra el sohei. La lucha fue dura, y el samurai se llevó la peor parte y terminó desmontado del caballo y tirado en el suelo, pero al final lograron reducir a los monstruos azules.

Temerosos de un nuevo ataque, trataron con excesiva rudeza a una anciana mujer que se encontraron casi una hora después de seguir por el camino. Amedrentada por los extraños armados que la abordaron, y no acostumbrada a ver extranjeros por aquel camino, la mujer les dio toda la información de que disponía sobre su poblado, Wu, que estaba algo más adelante en un recodo del sendero. No pasa mucho tiempo antes de que lleguen a Wu, justo de anochecida, en compañía de la buena mujer que les indica una humilde morada en la que pueden alquilar una habitación para pasar la noche. El dueño de la choza les ofrece buena comida y una sala comunal donde los tres pueden pasar la noche. Aún recelosos (sobre todo por las inquietantes visiones del sohei sobre el niño tuerto que sangra por su cuenca, que ha compartido ya con el grupo), deciden montar guardia por la noche; sin embargo, a la mañana siguiente se despiertan los tres casi a la vez, sin que nadie haya aguantado despierto para vigilar.

Deciden entrevistarse con el cabecilla del lugar, para preguntarle si conoce a algún muchacho que encaje con las visiones que tiene el sohei (ya que su rostro se le aparece flotando encima del bosque que está frente a las montañas a las que se dirijen). El jefe local, un anciano ciego de larga melena blanca (Nota: estereotipo total, tópico hasta aburrir, pero que sigue teniendo éxito) que los recibe en su propia casa, se pone muy nervioso al oir hablar del niño, de gente desaparecida y de cualquier cosa mala que pueda estar ocurriendo en su aldea. Deseoso de poner fin a la conversación, despide de mala manera a los héroes con la recomendación de que salgan cuanto antes del bosque y no vuelvan.

Sin nadie que esté dispuesto a hablar con ellos, y algo hastiados por la rudeza de los lugareños, los tres compañeros deciden abandonar el pueblo. No obstante, apenas han doblado el primer recodo del camino tras salir de la aldehuela cuando ven a una mujer esperándolos en el camino. Está bañada en lágrimas, y dice ser una habitante de Wu. Habla a los héroes de su hijo perdido en el bosque, cuando estaba buscando leña para aprovisionar su casa; hace ya cuatro días que no sabe nada de él y ha abandonado toda esperanza. Se dice que hay una bruja que habita en el bosque y que se lleva a los niños jóvenes para despues hacerse pasar por ellos y sembrar el caos en los pueblos locales, asesinando a los lugareños. El sohei le da la descripción del rostro que aparece en sus visiones, a lo que la mujer se sorprende por el parecido y les suplica que le digan algo si saben de su hijo. Prometiéndole buscarlo y devolverlo sano y salvo si pueden, los héroes se despiden de ella. Como última recomendación la mujer les dice que sigan un sendero casi perdido entre la maleza que conduce al sur; es una antigua senda de caza y algunos campesinos aún la emplean. Supone que su hijo la seguiría.

Los personajes se adentran en el denso bosque, espada en mano y temerosos de lo que se puedan encontrar. Pero no es un terrible monstruo o una bestia hambrienta lo que los aborda. En lugar de ello, empiezan a oir risas de niño a su alrededor. Asombrados por este hecho, los héroes comienzan a buscar por los alrededores a algún niño perdido o la fuente de tal sonido. Cuando el sohei Lei Tsu se adelanta un poco del resto, se asombra al ver aparecer una figura entre la maleza. Tiene el tamaño y el cuerpo de un niño pequeño, pero es totalmente negro (como si un traje ceñido cubriese su cuerpo), lleva una máscara blanca ovalada con tres agujeros redondos negros que tapa su rostro por completo y carece de pies, por lo que flota a cierta distancia del suelo. Lei Tsu se queda atónito, más cuando la supuesta máscara del niño gira con un suave "click" hasta adoptar otra expresión. Cuando la aparición se acerca con la intención de cogerle la mano, entre risas y voces de niño que penetran en su mente como un hechizo, Lei Tsu recula mientras llama a sus compañeros. Éstos llegan justo a tiempo para ver cómo el pequeño ser se acerca con velocidad antinatural a su camarada y le coge de la mano. El sohei, nublada su voluntad por los poderes sobrenaturales de la aparición, siente de inmediato una irresistible tentación de acompañar al niño e irse a jugar con él; en su interior siente que todo va bien, que no hay nada de qué preocuparse y que puede ir con este infante a disfrutar de su compañía y diversión. La máscara del niño vuelve a girar con otro "click", y los presentes habrían de jurar que su nueva expresión es de gozo total, aunque la máscara no tienen más rasgos que tres agujeros oscuros casi idénticos.

Recelosos, Chang Wo y Shosuro siguen a la pareja, incapaces de alcanzarles en medio de la densa vegetación, por mucho que lo intentan. Mientras tanto Shosuro explica a Chang, desconocedor de las leyendas y tradiciones locales, que ese ser parece un zashiki warashi, un demonio de las historias de shou lung. Se cuenta que son los espíritus de personas muertas (normalmente jóvenes) que atraen a los viajeros hacia sus dominios para que se queden allí por siempre, haciéndoles compañía hasta que enloquecen o mueren de hambre y sed (porque olvidan todo contacto con la realidad e incluso pierden la noción del tiempo). La extraña comitiva llega a las cercanías de un lago. El niño fantasmal, entre cabriolas, saltos y risillas, y con un nuevo giro de su máscara, conduce al sohei hacia el agua. El samurai, viendo la situación, ata con rapidez su cuerda a un árbol y se la pasa a Shosuro, que intenta alcanzar a su compañero antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, por suerte para ellos, cuando el agua ya superaba la cintura del sohei, éste recupera el sentido. El hechizo del zashiki warashi, que ahora flota sobre el agua frente a su cara, se ha roto. Lei Tsu se apresura a alejarse de la aparición, que parece decepcionada por su marcha y se va desvaneciendo poco a poco entre sollozos hasta que desaparece con el último giro de su máscara.

Los tres compañeros se reúnen en la orilla, nerviosos aún por este encuentro sobrenatural. Después de debatir durante un rato, Shosuro les dice que según las historias que se cuentan, estos seres aparecen cerca de las tumbas no consagrada de algún inocente. Todos coinciden en que tal tumba, muy posiblemente la del niño que buscan, está en el fondo del pantano. El samurai Chang Wo, desprendiéndose de su armadura, se introduce en el agua, buceando cada cierto tiempo para tantear el fondo. Poco después, desde la orilla, Shosuro y Tsu oyen cómo grita que ha encontrado algo. Con ciertos problemas consigue sacar a la orilla un bulto envuelto en telas empapadas, y cuando sus compañeros se acercan para ayudarlo a sacarlo, de entre el amasijo de ropa sale un pequeño brazo hinchado y azulado. Sabiendo ya lo que van a encontrar, depositan el fardo en la orilla y lo abren, sólo para confirmar que es el cadáver del niño que buscan, medio comido por los peces. Le faltan ambos ojos, aunque el segundo quizá haya servido de alimento a los animales del lago. Todo lo que pueden hacer por él es concederle un modesto entierro entre las raíces de un árbol; Shosuro recoge un pequeño colgante con una cristal de color azul que el niño llevaba al cuello, para mostrar a la madre que han cumplido su promesa, tras lo que el sohei improvisa unas palabras sobre su tumba.

Encoraginados por semejante atrocidad, los tres compañeros deciden rastrear el lago en busca de algún posible causante. Convencidos ahora de la presencia de algún ser maligno en la zona, juran no descansar hasta acabar con él. Y no tienen que ir muy lejos. Tras apenas media hora de recorrer la orilla del pantano, ven al otro lado una construcción de madera medio oculta entre el follaje de unos sauces llorones. No tardan mucho en llegar hasta ella vadeando las zonas menos profundas del pantano, y se acercan a la choza con sumo sigilo. Todo está tranquilo. El lugar es poco más que un palafito sobre el agua, un chamizo de maderas con una puerta que da al pantano accesible a través de cuatro desvencijados escalones. Mientras el grupo debate en voz baja una aproximación adecuada al lugar, el samurai, sumido en la furia por la extinción de una vida tan joven e inocente, empuña su katana y entra en la choza profiriendo juramentos y promesas de muerte.

La situación con la que se encuentran los deja perplejos. El interior de la choza es tan pobre como el exterior. A su izquierda, contra una pared, hay una mísera litera construida con tela y vegetación. Frente a ellos hay una especie de mesita en una esquina, sobre la que yacen esparcidos restos de animales, huesos, tripas, un par de cuencos vacíos y una vela. Junto a ella, un mueble con algunos pergaminos dispersos, un cráneo de rata y varios frascos. A su derecha hay una mesa desvencijada con un taburete de tres patas. Junto a la esquina opuesta hay dos humanoides de tamaño descomunal de espaldas a la puerta. Van desnudos a excepción de un taparrabos de tela gruesa enrrollado a su cintura. Uno de ellos va rapado casi al cero, pero el otro luce una larga coleta. Entre ellos, arrinconada contra la esquina, hay una niña que mira con sorpresa al recién llegado, abriendo sus enormes ojos marrones y sofocando un grito. Durante un segundo la escena se congela. Entonces los dos enormes humanoides se giran para revelar su deformidad. Los tres recién llegados ven con horror que sus rivales están hechos a partir de la carne de varios cuerpos. Sus retorcidos cuerpos aún muestran las puntadas y cicatrices de una operación chapucera para darles forma; hinchados y abotargados, los constructos de carne apenas pueden tambalearse para acercarse a la puerta. Su agilidad no parece preocupante, pero sus enormes puños y la fuerza que se les adivina pueden echar abajo la propia choza.

Los tres héroes tratan de flanquear a alguno de sus rivales, pero el espacio reducido juega en su contra. No son capaces de encontrar los flancos de los dos gólems de carne, pero pronto se dan cuenta de que ni siquiera el pícaro podría sacar partido de la situación. Los constructos no son muy vulnerables a los golpes bien dados a puntos vitales, así que la única opción es plantar cara y destruirlos por completo. Los seres cerraron filas frente a la esquina, y pronunciaron "Proteger a la madre" con una voz grave y retumbante, apenas comprensible.

Chang Wo, habiendo entrado el primero, fue el que se llevó la peor parte. Logró infligir tremendos tajos con su katana a dos manos a uno de los engendros, pero resultó aporreado por sus poderosos golpes. En medio de la refriega pudo observar cómo la niña se levantaba de su posición en la esquina e intentaba abrirse camino hacia ellos. Sin fiarse del todo de ella, sobre todo por los balbuceos de los dos gólems, avisó a Lei Tsu de que no la perdiese de vista. Sin embargo, antes de poder reaccionar, la piel de la joven comenzó a rasgarse de forma horrible. Los héroes contuvieron las arcadas ante la visión del ser de piel verde y escamosa que se ocultaba debajo. Como si fuese el envoltorio de un regalo, la piel de la joven, ensangrentada, cayó al suelo con un repugnante "chof". La bruja se lanzó a por él con garras y dientes, desgarrando su piel y mordiéndole el rostro. El samurai, abrumado por tantos rivales, no tardó en quedar inconsciente y sangrante en el suelo.

Lei Tsu se batía el cobre con el otro gólem desde la retaguardia, pero tuvo tiempo de apoyar a Chang Wo contra la impía creadora de los guardianes. Logró dejarla inconsciente en el suelo con un par de buenos golpes fruto de su frenesí ki, pero en cuanto el samurai quedó fuera de combate uno de los gólems se abalanzó a por él, obligándolo a retroceder hasta que tuvo que subirse a la litera. Sin espacio para maniobrar con su arma de asta, pronto fue vícima también de los brutales golpes del ser de carne, hasta que sólo su resistencia natural le permitió seguir de pie al borde de la inconsciencia sin poder hacer mucho más que mantener la verticalidad. Por su parte, Shosuro, que había logrado dejar fuera de combate al gólem dañado por el samurai (no sin recibir su buena dosis de castigo físico), se vio cara a cara con el último creado. En el segundo decisivo, fue más rápido que su rival y logró aplastarle el cráneo con sus nunchaku. El ser de carne se desmoronó sin emitir ni un sólo sonido. La pequeña estancia parecía un matadero. A punto de desmoronarse por sus heridas y la fatiga, Shosuro apenas pudo arrastrar hasta el exterior a sus camaradas, antes de prender fuego a las mantas de la litera y la podrida madera del chamizo. Pronto todo fue pasto de las llamas, gólems y bruja incluidos.

Los héroes maltrechos cargaron al samurai a lomos de uno de los caballos, que esperaban nerviosamente junto al pantano. Casi nada de valor había en la cabaña de la bruja que se pudiesen llevar, pero el botín más preciado del día es sin duda la eliminación de semejante engendro del mal. Su regreso a la villa de Wu es sombrío, lleno de recuerdos del espíritu del niño ahogado y de los horrores contemplados dentro del cubil del ser. Nunca se supieron los planes tenía la bruja con los horribles componentes materiales para sus conjuros que había conseguido mediante el sacrificio del niño (y la piel rasgada de la niña que había empleado como macabro componente material, para su metamorfosis en víctima inocente cuando entraron a su guarida), pero está claro que ahora el mundo será un lugar mejor.

Entraron en la villa de Wu como héroes, aunque nadie los trató como tal. Esta gente ha vivido casi toda su vida con la eterna amenaza de la bruja pesando sobre sus cabezas, y parece que la idea de su destrucción tardará en calar en sus vidas. El anciano de la villa, sumido en su propia vergüenza y cobardía, ni siquiera tiene el coraje de recibir a los tres aventureros durante los dos días que pasan allí recuperándose de las heridas con la ayuda del curandero local. Sin embargo sí hay alguien para quien su regreso significa algo. Una madre desconsolada que recibe de sus manos un pequeño colgante de vidrio azul como único recuerdo de su hijo perdido, y unas vagas indicaciones sobre cómo llegar a su tumba para honrarlo como se merece, ahora que la amenaza del pantano ha desaparecido. Sólo ella los despide, como ya pasó una vez, cuando Shosuro, Chang Wo y Lei Tsu parten hacia el oeste, esta vez para seguir el camino hacia las montañas de Lei Shing. Las bendiciones de la desolada mujer son lo último que escuchan antes de dejar atrás la remota aldea de Wu.


2ª Sesión: El templo de las nubes

Los personajes salen de Wu, tras haber adquirido algunos emplastos curativos del sanador local, siguiendo el camino que les llevará fuera del bosque y hacia las montañas del oeste. El trayecto hasta Hsi Feng es tranquilo, y en esta pequeña villa agrícola los tres héroes pudieron pasar por fin una cómoda noche y aprovisionarse. Aún no muy convencido acerca de las "visiones" del sohei, el samurai pone todo tipo de objeciones a seguir alejándose de su misión principal, que yace al este, en la corte de Lo-mai Ba. Se requiere mucho esfuerzo y labia para lograr que el noble guerrero acepte un retraso aún mayor en la consecución del mandato de su daimio, y aún así sólo a regañadientes.

Las montañas de Lei Shin, al suroeste, son mucho más visibles ahora. Guiados por las visiones del sohei, que ahora les presentan un camino claro hacia los tres picos gemelos conocidos en aquellos parajes como "Los dientes", los tres héroes parten por la mañana temprano de un día encapotado y gris. Sin embargo las distancias son engañosas, y tras cabalgar todo el día a buen ritmo, la noche les sorprende antes de haber llegado a las faldas de las montañas. Entonces, cuando cruzan un pequeño bosquecillo cercano a las primeras estribaciones montañosas, se encuentran con un anciano que corta leña junto a una destartalada cabaña. Mostrándose extremadamente corteses, los viajeros le preguntan si van bien para adentrarse en Los dientes. El viejo les dice que sí, pero que no se le ocurre ninguna razón para ir allí. Según sus propias palabras, el lugar está lleno de demonios y espíritus que comen carne humana, y "sólo los locos o los imbéciles suben allí".

Cuando los tres viajeros se despiden y se disponen a seguir su viaje, el viejo los detiene, diciéndoles que es demasiado tarde para reemprender el camino, y que lo más probable es que vuelva a llover esta noche. Así, los invita a pernoctar en su cabaña. No es muy espaciosa ni lujosa, pero puede dormir bajo techo sobre unas esterillas y compartir un fuego y algo de comida caliente con el lugareño. Esa noche Lei Tsu sueña con las montañas aún más cerca, y el camino dorado que las atraviesa, cortado en un punto de su trayectoria. Por la mañana se preparan para salir, agradecen al viejo su hospitalidad con algunas monedas y se van.

El clima es bastante desapacible. Hace un frío bastante intenso a los pies de las montañas, y es cierto que llovió por la noche. De hecho, sigue cayendo una fina llovizna que los deja calados en pocos minutos. Las montañas a las que se dirigen están cubiertas por la niebla, que desciende de ellas en densas nubes por cañadas y quebradas. Siguiendo las indicaciones de su anfitrión se desvían en un estrecho sendero a su izquierda, medio comido por la maleza y que quizá se les hubiese pasado por alto si no llega a ser por las indicaciones del labriego. El sendero se adentra en un bosque bastante denso que se extiende por la parte inferior de la ladera de las montañas. No han avanzado por él ni una hora cuando Shosuro les indica que ha oído algo. Todos se detienen, y el pícaro señala en silencio los árboles de su derecha. Desenvainando las armas y apeándose de sus caballos, los tres compañeros se acercan a la foresta, listos para el combate. Entonces todos pueden oir el sonido de una rama al romperse, y apartan de golpe las ramas que tienen ante sí para cargar con energía. Pero su carga se frena en seco, cuando ven ante sí, subidos a las ramas de un árbol, a dos osos panda que los miran con indiferencia. Los tres aventureros se quedan un rato contemplando la plácida escena (sobre todo el samurai Chang Wo, que nunca antes había visto a estas criaturas), mientras los pandas siguen con su almuerzo ajenos a sus espectadores.

Después de detenerse a almorzar junto a un saliente rocoso, los tres compañeros de aventuras continúan con una ascensión que se pondrá cada vez más peligrosa. El camino pronto deja de existir como tal, y a duras penas pueden los aventureros ascender por la pedregosa pendiente. Sus caballos patinan y relinchan, pero se niegan a dejarlos atrás. Tras un buen trecho de resbalones, maldiciones, sudor y caídas por la pendiente, logran llegar a una zona algo más lisa donde se detienen a comer. Aún no ha dejado de lloviznar, y los tres están de un humor de perros mientras comparten otra comida fría más. Tras el frugal almuerzo avanzan por una abertura entre dos riscos. Justo cuando Chang Wo está comentando que ese lugar sería perfecto para una emboscada (y Lei Tsu le responde que quién les iba a emboscar allí), Shosuro grita una advertencia cuando ve un movimiento brusco por el rabillo de su ojo. Instantes después, una piedra de tamaño considerable aterriza con un crujido seco a sus pies. Y luego otra. Corriendo para buscar el poco refugio que hay, los tres pueden ver a dos figuras oscuras en lo alto de los riscos de su derecha, que les arrojan piedras sin cesar.

Dejando sus caballos atrás, los tres avanzan por el sendero en busca de una forma de trepar hasta las alturas, mientras las figuras los siguen por su terraza elevada. Un poco más adelante hallan una zona a su derecha menos abrupta, una rampa de grijo y piedras sueltas por la que quizá se pueda llegar a lo alto. Resbalando y desandando dos pasos de cada tres, logran llegar entre jadeos a la plataforma más elevada, para encontrarse con dos seres de aspecto gigantesco, peludo e inmundo que los esperan. Son dos wang-liang, monstruos parecidos a los ogros montañeses que acechan en este paso de montaña. El combate es inevitable, y en el estrecho corredor que forma su atalaya de vigilancia los cinco inician una danza mortal. El samurai y el sohei cargan contra uno, mientras Shosuro trata de contener al otro. Sin embargo los seres llevan sendos lajatang Enormes, armas de asta muy largas que les permiten mantener a sus enemigos a raya y castigarlos desde lejos. El primero en sufrir su furia es Chang Wo, que queda malherido ya en los primeros compases del combate al verse flanqueado por sus dos oponentes. Lei Tsu trata de apoyarlo con su naginata desde la segunda fila. Por su parte, Shosuro traba su arma con la del otro wang-liang, pero éste hace un hábil movimiento que hace que sus nunchaku salgan disparados por el aire, rodando pendiente abajo por donde vinieron. Indefenso, el pícaro no puede hacer nada por evitar que su rival lo derribe y lo sujete contra el suelo con su arma. El wang-liang, victorioso, escupe en su rostro y conmina a sus compañeros a que se rindan. Sin doblegarse a amenazas, y sabiendo que el pícaro podrá salir de esta, Chang Wo abre en canal el pecho del segundo wang-liang provocando un enorme surtidor de sangre que lo baña a él y a Lei Tsu. Abrumado por la brutal pérdida de su compañero, el segundo wang-liang se queda paralizado unos instantes vitales. El pícaro logra por fin romper su presa, y rueda pendiente abajo para recuperar sus armas. Mientras, los otros dos aventureros se acercan a él para terminar el trabajo. Consumido por la ira, el monstruo carga irreflexivamente contra ellos. Sin embargo, solo y rodeado por los tres héroes, no tarda en encontrar su final.

Tras registrar sus cuerpos, los aventureros encontraron pocas cosas de valor. Un puñado de piedras que más parecían abalorios sin valor, un par de botellas con un líquido fuerte imbebible, un par de cuchillos y una nota ajada. El pícaro, no obstante, pensó que podría sacar un buen dinero por una de aquellas enormes armas de buena factura, por lo que cargó uno de los lajatang Enormes en su caballo. La nota que encontraron, en la cual había una línea parcialmente quemada, decía:

 

El sabio no compite, y por eso nadie en el mundo puede competir con él.

Sol. ..s lo... o ... .....iles.

Sólo los dioses lo saben.

Los más sabios e iluminados.

No.

 
 

Sin saber muy bien el significado de esta nota, pero viendo que de nuevo atardecía, decidieron buscar la guarida de los monstruos. No tardaron mucho con dar con la entrada a una cueva, accesible mediante unos peldaños de piedra. En su interior, después de que Shosuro se asegurase de que no había ninguna trampa ni sorpresa oculta, durmieron lo mejor que pudieron a resguardo del viento y la lluvia, y curaron sus heridas con algunos emplastos y pociones.

La mañana siguiente había dejado de llover, pero el cielo seguía encapotado. Prosiguiendo con su viaje, ascendieron por una pendiente abrupta que después giraba hacia la derecha, adentrándose aparentemente en la misma pared de la montaña. Sin ver muchas más alternativas, los héroes siguieron este camino, hasta que contemplaron ante sí un espectáculo sobrecogedor. El camino se abría a una especie de olla natural entre los riscos de las montañas. El camino que seguían descendía por la pared de este cuenco de roca natural, describiendo un círculo hasta el extremo opuesto de la depresión. No podían ver el fondo de la sima natural, ya que toda ella estaba cubierta de una espesa niebla estancada en la parte baja. En el centro de este mar de niebla, como si flotase sobre ella, se podía ver una sencilla construcción cuadrada de piedra. Constaba de dos pisos, el superior más pequeño y con amplios ventanales abiertos. Por lo demás, el lugar parecía vacío y tranquilo. Viendo que el camino que seguían los llevaba hacia el templo, decidieron ir hasta allí.

Tras bordear con sumo cuidado el valle redondo, los tres compañeros llegaron al extremo opuesto de la sima por donde habían llegado. Allí se toparon con un puente de cuerdas y madera que llevaba directamente a las puertas del templo, dos enormes jambas de madera chapada en oro que estaban cerradas a cal y canto. Tres enormes estatuas se alzaban frente a ellas. Tenían forma humanoide, pero sus cuerpos estaban encorvados hacia adelante y eran extremadamente musculosos. Sus rostros eran los de un simio gigante, pero en sus manos llevaban armas humanas. Estas tremendas y amenazadoras estatuas de piedra hicieron dudar a los osados aventureros, pero pronto se rehicieron y avanzaron a través del endeble puende de madera. Una vez enfrentados a las tres colosales construcciones, se detuvieron. Apenas tuvieron tiempo para decidir su siguiente paso cuando una voz atronó el lugar:

"¿Quién perturba el descanso de los dioses?"

Dando un paso hacia adelante, Lei Tsu respondió con voz potente:

"Somos Lei Tsu, del templo de Chu-si, Chang Wo, de la lejana Kozakura, y Shosuro Kaigen, del reino de Wa K'an".

Sin previo aviso, una de las estatuas comenzó a moverse. Sobresaltados, los tres aventureros recularon varios pasos. Dándose cuenta de que la estatua animada tenía intenciones claramente hostiles, y que debían haber fallado a la hora de dar una respuesta, trazaron un plan. Shosuro y Chang Wo la distraerían, mientras Lei Tsu trataba de colocarse a su espalda para intentar dañarla con su arma de asta, que le permitía mantenerse alejado. El plan dio buenos resultados, aunque la estatua viviente aguantó bastante daño y tuvo tiempo de infligir algún castigo sobre el samurai y el pícaro. Después de que el sohei descargase un golpe particularmente potente sobre la espalda de la estatua animada, ésta pareció perder su interés por ellos. Regresó a su lugar inicial y allí se quedó, mirándolos de nuevo.

"¿Quién perturba el descanso de los dioses?", volvió a rugir una voz misteriosa en el valle.

Los tres compañeros se reunieron junto al puente, para examinar la nota que habían encontrado en manos de los wang-liang. Suponían que estos seres habían sido en realidad los guardianes avanzados del templo, y que quizá esta nota les diese alguna pista. Ninguna de las frases legibles les parecía apropiada y pronto se sumieron en el pesimismo, mientras le daban vueltas a los posibles significados de la sentencia parcialmente quemada. Entonces Chang Wo recordó las palabras que el viejo de la cabaña, a los pies de los montes, les había dicho hacía dos días: "Sólo los locos o los imbéciles suben allí". Tras comprobar que encajaba con las letras que aún se podían leer en la nota, se irguió con orgullo y pronunció "Sólo los locos o los imbéciles" en voz alta. Tras un silencio atemorizador, la voz habló de nuevo:

"¿Qué sois vosotros, locos o imbéciles?"

Ante esa pregunta, sólo parecía haber una respuesta adecuada en la nota, y esa fue la que Lei Tsu dijo en voz alta: "Sólo los dioses lo saben".

"¿Y quiénes son los dioses?"

De nuevo, "Los más sabios e iluminados" parecía la única respuesta válida, y así lo dijo Shosuro con toda la fuerza de sus pulmones.

"¿Desafiaréis el poder de los dioses?", fue la cuarta pregunta.

Sumidos en un mar de dudas, los tres aventureros pasaron un buen rato deliberando. De las dos respuestas que quedaban por dar en la nota, ambas parecían apropiadas. Sin poder decidirse, y sin una pista sobre cual era correcta, echaron a suertes qué respuesta dar. Tragando saliva, los tres se pusieron ante las estatuas, con las armas en la mano, y dieron la respuesta al azar: "El sabio no compite, y por eso nadie en el mundo puede competir con él"

Y es cierto. Los dioses, al ser los más sabios e iluminados de todos los seres del universo, están por encima de cualquier lucha mundana. Es por ello que nadie puede desafiarlos, ya que si ellos no compiten, nadie podrá derrotarlos. Con la cuarta pregunta superada, la quinta llegó como un bálsamo:

"¿Vosotros sois sabios?"

Inclinando su cabeza con humildad, los tres dieron al unísono una respuesta que habrían dado aunque no estuviese escrita: "No". Con ello se abrieron las puertas del Templo de las Nubes, y los tres héroes entraron en él. Toda la planta baja estaba vacía, a excepción de varias armas de bella factura que colgaban de forma ceremonial de sus paredes, y en penumbra; al fondo, sin embargo, pudieron ver unas escaleras dobles que subían al piso superior. Lentamente y con las armas en las manos, los tres camaradas ascendieron por ellas. El pequeño primer piso era un lugar redondo, bañado por la luz que entraba por los amplios ventanales que cubrían todas sus paredes. En su centro, sobre tres pedestales, pudieron ver tres armaduras: un casco, un peto y una dhenuka.

Justo cuando estaban avanzando hacia tan magníficas obras, unos pasos en la escalera a su espalda los alertaron. Girándose al unísono, pudieron ver la fantasmal figura de un hombre de mediana edad, vestido con una amplia túnica adornada con garzas y flores. Llevaba el pelo recogido en una coleta y una katana colgada de su cintura. Sus manos estaban abiertas en un gesto de paz, y sonreía levemente. Sin sentirse amenazados por su presencia, los tres héroes bajaron sus armas, para volver a girarse a contemplar las armaduras de los pedestales. Entonces, la voz del shiryo (pues eso era el recién llegado, el espectro de un antepasado bendito de un gran guerrero celestial) comenzó a hablarles:

"Veo en vuestros ojos la pureza de los verdaderos héroes, y si las puertas se han abierto para vosotros es que el mundo vuelve a necesitar la intervención de paladines del bien. Estas son las armaduras de tres grandes guerreros de antaño, tres amigos que lucharon en nombre de la corte celestial cuando Shou Lung estuvo en peligro. A tí, fiel Shosuro, te entrego la dastana de Kintaro, que otorga a quien la lleva parte de la agilidad de la garza que está grabada en su pectoral. A tí, bravo Lei Tsu, te concedo la dhenuka de Shi Siao, que comparte con su portador parte de la resistencia del rinoceronte de cuya piel está fabricada. Y a tí, noble Chang Wo, te hago entrega del casco de la armadura de Hoshi Yuma, legendario héroe de tu tierra y que impone a quien lo lleva puesto parte de la sabiduría de este honrado ancestro. Ha llegado el momento de que estas armaduras del bien vuelvan al mundo exterior. Honrad los nombres de estos campeones, luchad con valor, honor y respetad su memoria."

La siguiente frase la dijo mirando directamente a los ojos del samurai, que no pudo soportar la infinita pureza de su mirada: "Sabed que estáis en el camino correcto, aunque éste sea más largo y arduo de lo planeado".

Derrotados por su viaje y la tensión de los combates, los tres aventureros se derrumbaron en el suelo y durmieron durante dos días consecutivos, recuperando sus fuerzas en el sagrado Templo de las Nubes.