Historia

Capítulo I

El hombre que subía por las escaleras de la torre era joven, incluso diríamos que bien parecido. Su pelo azul claro (aunque despeinado, eso sí) y sus ojos brillantes daban a su rostro un aspecto alegre. Quizá demasiado, quizá con un toque de demencia. Su amplia y gruesa capa azul oscuro, con bordes dorados y runas bordadas, ondeaba tras él mientras subía los empinados escalones. En una de sus manos llevaba un pergamino enrrollado, mienras con la otra se acariciaba pensativamente el mentón. Su boca, hasta entonces sonriente, se torció con una mueca de desagrado cuando comenzó a hablar solo.
-¡Ah, malditos! Se creen que pueden tomar el pelo a Markus así como así, que son capaces de burlarse de mí sin más ni más. ¡Ellos, unos petimetres de tres al cuarto! Markus el Loco, me llaman... ¡A mí, Markus el Magnífico, Lord de la magia, Enviado de Mystra, Príncipe del Arte arcano, Más de mases y Big one de los Reinos! Me apetecería ir allí y...
En ese momento, llegó a un rellano de la escalera en el que había una ventana, desde la cual se veía una ciudad en ruinas y un horizonte rojizo, típico de los ocasos del occidente de los Reinos. Las sombras, alargadas y caprichosas, cubrían gran parte de los escombros, mientras oscuros seres planeaban y describían círculos en el cielo. Con una expresión de ira, el mago dió un grito y saltó al vacío. Justo antes de que su cuerpo impactase contra la tierra, desapareció.
Las voces que poco después se oyeron en el salón principal de la torre fueron la única señal de que Markus estaba de vuelta. Sentado en uno de los numerosos y mullidos sillones que había en la estancia, con la chimenea encendida y un libro abierto sobre las rodillas, parecía estar hablando solo de nuevo. Sin embargo, oculto en la penumbra de un rincón y flotando a un metro de altura del suelo, se hallaba una especie de gato con alas, una extraña variante de esta familia de felinos conocida como tressym, muy poco común en los Reinos y muy poco apreciada por sus actos impredecibles. Tenía los ojos cerrados y, aparentemente, dormitaba haciendo caso omiso de las palabras que Markus le dirigía.
-Sargatanas, he de confesarte algo. No sé cómo decírtelo, pero... Bueno, allá va. Tú... eres adoptado. Yo no soy tu verdadero padre. Sé que esto es un duro golpe para tí, mas alguien tenía que decírtelo.
El animal, como si hubiese oído a su amo, abrió uno de sus ojos y bostezó dando un maullido apenas audible. Luego, comenzó a descender lentamente hasta posarse sobre los blandos cojines que se amontonaban en la esquina.
-Espero que tu comportamiento esté a la altura de las circunstancias, ya que pronto te necesitaré para un trabajito y no puedo permitir que las emociones personales influyan en tus actos. Así que... atento, Sargatanas.
Tras decir esto, Markus se levantó bruscamente, con tanta premura que el libro que tenía en su regazo cayó sobre la alfombra. Con fastidio, Markus apuntó con su índice hacia la librería que cubría una de las paredes de la sala. El libro, a una velocidad vertiginosa, atravesó volando el espacio que lo separaba de su estante correspondiente y se colocó en su lugar.
-Mi fiel gato, quiero que, como siempre, seas el portador de mis órdenes. Irás a ver a Aoxcut y le dirás de mi parte que les haga una visita a esos seis imbéciles que están entrando en mis dominios. He estado dándole muchas vueltas al asunto y creo haber llegado a la solución. Aoxcut se encargará de ellos. Ve raudo, amigo mío.
Tras decir esto dió media vuelta y salió a paso vivo de la estancia, sin preocuparse por el hecho de que el animal continuaba dormitando sobre los cómodos cojines. Cuando el hombre cerró la puerta, el alado felino abrió los ojos de golpe. Con un suave aleteo se elevó y comenzó a moverse por el salón. Se acercó a un ventanal que estaba abierto y, con un ronroneo satisfecho, se perdió en la noche.


Murgat fue despertando a sus compañeros uno a uno. La noche había sido muy tranquila, y los temores de algunos componentes del grupo se revelaron infundados. A pesar de estar cada vez más cerca de las ruinas de la mítica Myth Drannor, ningún peligro importante los había acechado. El día, que alboreaba despejado y caluroso, prometía ser favorable.
-¡Vamos, gandules! Despertad ya.
Se agachó para zarandear a Waldorf, un paladín de Helm el vigilante, el cual maldijo en voz baja y se levantó de mala gana.
-Déjanos en paz, Murgat. Aún está amaneciendo y Myth Drannor no va a cambiar de lugar - gruñó.
-No seas perecoso, Waldy. Debemos estar preparados para este nuevo y duro día. ¡Vamos, arriba!
Quien así hablaba era Linvain, un elfo de los bosques que en esos momentos estaba poniéndose su armadura y recogiendo su arco. Cuando estuvo listo se acercó al paladín, para ayudarlo a ponerse la pulida coraza, mientras el hombretón seguía protestando. Cuando Waldorf asió su espadón y lo enfundó, el elfo cruzó el campamento para ir a despertar a Teodorius, el mago del grupo.
-Despiértate, Teo, nos vamos - comentó con una leve patada en su cadera.
El semielfo, pues de esa raza era el mago, tardó en abrir los ojos y cuando lo hizo fue con una mirada de reproche. Se levantó bruscamente y se encaró con el elfo.
-Maldita sea, Linvain; sabes que no me puedes despertar cuando te dé la gana. Necesito un largo descanso para tener mi mente en condiciones. Si no, no podré estudiar mis hechizos.
-Lo siento, Teo, de veras. Pero mejor levantarnos temprano para...
-¡¿Mejor?! ¡No creo que esté en condiciones de memorizar nada! Y creo que es mejor levantarse algo más tarde, pero con un mago fresco y en condiciones.
-Yo... Perdona, Teo. Lo siento mucho.
-Bueno... de acuerdo - aceptó Teodorius tras un rato en silencio -. Supongo que podré arreglármelas con los pergaminos. No te preocupes.
-Gracias, Teo. No soportaría que te enfadases conmigo.
-Sin problemas, Linvain. Estaré listo en un instante.
Cuando ya se habían despertado los otros dos componentes de la compañía, Sokam, un guerrero enano de frondosas barbas y armado con un terrible martillo de combate, y Jos, un ágil y alegre humano de dedos ligeros, limpiaron todos los restos de la acampada y se dispusieron a partir. Pero antes de hacerlo, Murgat, el clérigo del grupo, ofició una breve misa en favor de Eldar, su deidad. Tras ello, bendijo al grupo y pidió protección para ellos.

Los seis compañeros avanzaban a buen paso, manteniendo una animada conversación y disfrutando de los primeros rayos de sol. El paisaje era ciertamente hermoso, con un río de aguas cristalinas que discurría paralelo al camino que seguían desde hacía rato. A ambos lados del mismo, el terreno ascendía suavemente para formar sendas colinas de verde y ondulante hierba. De una de ellas, de entre un pequeño bosquecillo de árboles, llegaban los trinos de los pájaros. Un par de ardillas cruzó a grandes saltos el camino, provocando un coro de comentarios entre los amigos.
-¡Mirad, qué hermosos animales! - exclamó Murgat.
-Quién pudiera ser tan libre y despreocupado como ellos... - comentó Teo pensativo -. Y vivir en un paraje tan de ensueño.
-¡Qué saltos y brincos tan graciosos! - añadió Linvain con una sonrisa -. Y mirad cómo huyen de nosotros.
-Sí... Es una pena que se recele instintivamente de la raza humana.
El comentario de Sokam fue recibido con risas por parte del resto de aventureros, ya que el fornido guerrero era un enano venido de la Gran brecha, una importante colonia de su raza allá en el sur.
-He estado tanto tiempo entre humanos, que ya a veces ni me acuerdo de lo que soy - se disculpó.
Las risas y bromas continuaron durante un buen rato hasta que Jos, el experimentado ladrón del grupo, siempre alerta, se detuvo. Sus acompañantes no se percataron de ello hasta que no hubieron caminado unos metros, momento en el que Linvain se giró y con una sonrisa le preguntó:
-¿Qué ocurre, Jos? ¿Por qué te paras?
El humano estuvo unos instantes silencioso y pensativo, totalmente quieto y mirando fijamente el bosquecillo de lo alto de la colina.
-No se oyen los pájaros - dijo con tono preocupado -.
El elfo estuvo un rato escuchando atentamente, mientras el resto de los amigos permanecía callado y espectante. Al fin, miró a Jos y sentenció:
-Es cierto, pero cualquier animal puede haberlos hecho callarse. No creo que debamos preocuparnos.
-¿Un solo animal que hace que todos los pájaros del lugar dejen de piar a la vez? Ha de ser un animal muy grande.
-Bueno... Sí, quizás... - dijo el arquero burlonamente -. A lo mejor es un demonio... ¡Uhhhhh!
Todo el grupo, excepto Jos, coreó con nuevas risas la broma del elfo, el cual se unió a ellos para reemprender la marcha. El ladrón se quedó durante unos instantes en el sitio, para luego seguir a la compañía a grandes zancadas. Y entonces se arrepintió de haber dado la espalda al bosque.
Una sombra ocultó repentinamente el sol, pasando a muy poca distancia de las cabezas de los aventureros. Jos, instintivamente, se tiró al suelo. Más allá, vio como Murgat y Linvain le imitaban. Waldorf, con una tranquilidad pasmosa, desenvainó su espadón y se plantó firmemente en medio del sendero. Teodorius, maldiciendo su mala suerte e intentando sacar los pergaminos del tubo que le colgaba del cinto, corrió hacia unas piedras que había a un lado del sendero. Sokam, el recio y afable enano, asió fuertemente su martillo y se puso junto al paladín, que ya aguardaba la segunda pasada de la criatura. Y no tuvo que esperar mucho.
Hacia él descendía una especie de murciélago, con sus fauces abiertas, mostrando unos terribles colmillos. Los ojos, desorbitados y rojizos, parecían queres salirse de sus cuencas y abalanzarse sobre los guerreros por su cuenta. La cola terminaba en un gran aguijón, que se balanceaba de un lado a otro. Todo hubiese estado bien si no fuese porque el monstruo en cuestión medía unos 12 o 15 metros de punta a punta de las alas, y otro tanto o más de largo. Su cuerpo parduzco estaba cubierto por una piel repugnante y arrugada que colgaba flácida en su mayor parte. Dos garras, extendidas y abiertas, flanqueaban la cola.
Cuando Sokam y Waldorf vieron al engendro descender en picado, afianzaron sus pies en tierra y agarraron con fuerza sus armas. Cuando estuvo tan cerca que pudieron oler su fétido aliento, ambos descargaron sendos y terribles golpes contra su cuerpo. El enano notó la piel dura como piedra bajo la cabeza de su martillo, y el espadón del paladín se rompió contra el coriáceo pellejo del bicho. Apenas se dio cuenta de ello, ocupado como estaba en esquivar las mandíbulas del animal. Linvain, casi de mala gana, sacó su arco y preparó una flecha. Murgat agarró su imponente mayal y corrió al lado de los amigos que estaban en el camino. Jos sacó sus dagas, a la vez que intentaba descubrir dónde demonios se había escondido el mago.
La segunda pasada del monstruo alado llegó justo cuando el buen clérigo de Eldar alargaba su brazo armado hacia el indefenso paladín.
-¡¡Murgat, coge mi mayal, rápido!! - gritó.
El final de su exclamación se confundió con un horrible graznido lanzado por el murciélago. Sokam volvió a golpear cuando la sombra le pasó de nuevo por encima, con idénticos resultados al golpe anterior. Sin embargo, el enano sintió algo cálido que le salpicaba; mirándose las manos comprobó que se trataba de sangre. Contento por creer que habían herido a la bestia, se giró con ánimo de decirle algo al paladín, pero se le quitaron las ganas nada más darse la vuelta. Vio al clérigo pálido, con el mayal aún en la mano, sin poder articular palabra e inmóvil. Entre ambos, el cuerpo decapitado de su paladín aún se tambaleaba con sus últimos estertores, manteniendo una precaria verticalidad. El tiempo pareció detenerse, con aquel mutilado cuerpo en el camino; cuando se desplomó en medio de un charco de sangre, todos parecieron volver a la realidad. Todos excepto el clérigo, que continuaba sin poder decir nada y sin moverse. Sokam se giró con rabia, gritando. Jos lanzó sus dagas en un precipitado ataque. Una de ellas impactó en el pecho del monstruo, rebotó y cayó entre la hierba con un ruido sordo. Linvain se puso en pie bruscamente y sin que nadie pudiese decir cómo, lanzó tres flechas contra su enemigo. Todas impactaron en el gigantesco cuerpo, clavándose profundamente y arrancándole rugidos de dolor.
La bestia inició otro picado, dirigiéndose directamente a por el elfo. Cuando estaba a una distancia reducida, todos los compañeros pudieron ver que de sus garras aún pendía la cabeza del paladín, con los ojos muy abiertos y chorreando sangre. Linvain, al ver esto, se quedó petrificado en el sitio, horrorizado. Y hubiese sido su muerte si no llega a ser porque Teodorius, tras haber buscado insistentemente, había conseguido encontrar el pergamino de bola de fuego. Una esfera llameante de gran diámetro impactó contra el murciélago en pleno vuelo, desviándolo de su objetivo y haciéndolo caer. Lo vieron desaparecer tras la colina del lateral del camino, y sintieron el impacto de su gran cuerpo contra el suelo.
Tras un rato de incertidumbre, todos comenzaron a moverse.
-Sokam, Teo - dijo Linvain -. Subid la colina y comprobad que ese demonio esté bien muerto. No quiero más sorpresitas como esta. Jos, ayúdame a espabilar a Murgat.
El enano y el mago obedecieron, comenzando a ascender la loma. Jos, que estaba dirigiéndose al lugar donde había visto caer su daga, miró al elfo con tristeza y dijo:
-Sí, claro. Vamos.
Ambos agarraron al clérigo y lo zarandearon.
-¡¡Murgat!! ¡Vamos, reacciona!
Le dieron un par de bofetones, pero sólo consiguieron que el hombre se arrodillase junto al cuerpo del paladín y comenzase a gimotear. Jos cogió al elfo por el hombro y susurró:
-Déjalo. Es el más afectado de nosotros. Waldorf era su mejor amigo en el grupo, deja que le llore en paz. Además, siendo clérigo es el más indicado para ocuparse de sus restos.
-Supongo que tienes razón, mi buen Jos.
Cuando ambos se alejaban ya de la triste escena que se desarrollaba en medio del sendero, oyeron gritos en lo alto de la colina. Alarmados, ambos se giraron justo a tiempo de ver cómo una intensísima llamarada coronaba la loma y alcanzaba de lleno a los dos amigos que se encontraban en ella. Durante unos instántes sólo pudieron ver llamas, mientras llegaba hasta ellos un intenso calor y los frenéticos alaridos de agonía de sus compañeros. Sin saber muy bien por ni para qué, ambos echaron a correr colina arriba. Cuando cesó el fuego, vieron los desdichados restos de Teodorius arder sobre la hierba chamuscada, mientras la bola ígnea en la que se había convertido Sokam bajaba rodando por la pendiente. Al enano aún le quedaban fuerzas para chillar horriblemente de vez en cuando. Linvain y Jos intentaron detener su avance, pero el fuego les impidió tocarlo; ante su impotencia, a Linvain se le saltaron las lágrimas. Entre sollozos, desenvainó su espada y corrió como un poseso hacia lo alto de la loma.
-¡¡Maldito seas, engendro infernal!! ¡Maldito seas mil veces! - comenzó a gritar mientras ascendía - ¡Te mataré con mis propias manos!
Jos lo seguía a una distancia prudencial, y en sus manos aparecieron, como por arte de magia, dos nuevas dagas.

Cuando el elfo alcanzó la cima de la pendiente, pudo ver al asqueroso monstruo al otro lado, batiendo lentamente sus alas; lo justo para flotar a un metro escaso del suelo, con su cabeza gacha. Sus ojos, inyectados en sangre, miraron con sorna al arquero, mientras éste manoseaba el sudado mango de su arma. Con un agudo grito, fruto de la ira y la desesperación, Linvain cargó colina abajo, corriendo hacia el engendro con la espada levantada sobre su cabeza. El monstruo seguía esperando pacientemente, mientras el alocado elfo se acercaba. Linvain se encontraba en un estado de ofuscación tal que ni siquiera sintió el dolor, y sólo se dio cuenta de que sus pies no tocaban el suelo cuando notó que la vida ya se le escapaba. De su boca brotó un hilillo de sangre, la espada cayó de su mano inerte y su cabeza se ladeó, demasiado pesada para ser sostenida por un cuerpo que se iba desangrando. La larga cola del demonio atravesaba de parte a parte el pecho del infortunado elfo, con el temible aguijón sobresaliendo por su espalda cubierto de sangre y vísceras. Cuando su víctima dejó de respirar, agitó su mortífero apéndice, desgarrando el torso de su presa y haciéndolo caer como un saco casi partido por la mitad.
Jos retrocedió un paso, respirando dificultosamente y sin dar crédito a lo que veía. Desde la cima había contemplado la muerte de su compañero, y dos lágrimas recorrieron sus mejillas. Giró la cabeza y vio a Murgat, que seguía arrodillado junto al cuerpo del paladín. Tuvo ganas de gritarle, de bajar al camino y golpearle hasta que reaccionase; sin embargo, no se atrevió a gritar. La presencia del repulsivo murciélago le intimidaba de tal manera que durante un segundo tuvo el presentimiento de que no podría hacer nada sin pedirle permiso. Pero sólo fue un segundo; luego, reaccionando al fin, Jos echó a correr hacia el camino, escapando del engendro a toda velocidad. No se molestó ni en intentar llamar la atención del clérigo, pasando a su lado sin dejar de correr y con las dagas en las manos.
Pero su carrera no duró mucho. No se había alejado del lugar del encuentro ni cuarenta metros cuando apareció ante él, de improviso, por arte de magia, una figura con túnica. Frenó en seco, pero antes de contemplarla con detenimiento aún giró su cabeza una vez más para mirar sobre su hombro. El demonio no aparecía interesarse por él, entretenido como estaba en devorar vivo al clérigo de Eldar, que en su estado no se había percatado de su nutritivo final. Horrorizado, Jos se volvió para pedir ayuda a su inesperado oyente. Este era bastante delgado, tan alto como el ladrón, con cabello azulado revuelto y una interesante e interesada mirada de sus ojos azul oscuro. Vestía una gruesa túnica de terciopelo azul celeste con runas bordadas en plata. Sonrió.
-¡¡Por favor, ayúdeme!! - gritó el sudoroso Jos -.
-¿Qué te ocurre, hijo? - contestó el desconocido.
-¡¿No lo está viendo, maldición?! ¡¡Ese engendro ha matado a todos mis compañeros y se está comiendo a uno de ellos!! ¡Si es un mago como parece, haga algo!
-¡Oh, sí! Ya veo... Bien... Es una suerte que el buen Markus esté aquí para ayudarte. Yo evitaré que ese monstruo te mate.
-Gracias, poderoso señor. En verdad creí que... - Jos dejó sin acabar la frase, haciendo una mueca de asombro y abriendo los ojos como platos -. ¡¡Espera un momento!! ¡Markus! ¡Markus el Loco!
El rostro hasta entonces risueño del aparecido se volvió duro, y su boca se torció en un rictus de odio.
-Nunca me ha gustado ese apodo - escupió.
Jos hizo ademán de darse la vuelta, con el pavor escrito en el rostro.
-Muere.
Ante la única palabra pronunciada por el mago, el cuerpo sin vida de Jos se desplomó, levantando una pequeña nube de polvo. Unos finos hilillos de sangre le salían por los orificios nasales.
-Después de todo, cumplí mi promesa. No te mató el demonio.


Prólogo