Del diario de Mert:
Guilliam, el clérigo, nos dice que su contacto se llama Yaenn y se encuentra en Thedrin Nos encaminamos hacia el norte.
Después de algunas horas de duro trayecto nos internamos en un profundo bosque donde tenemos conocimiento que habitan diferentes tribus trasgoides. Las guardias esta noche prometen ser divertidas.
La noche, desafortunadamente, paso sin pena ni gloria y no tuvimos ningún sobresalto. Después de dar buena cuenta del desayuno hecho por mi querida Lia, emprendemos rumbo nuevamente, cuando de repente nos sorprende un trácnido. A pesar de mis esfuerzos y mi pericia en el combate no puedo evitar quedar atrapado en su telaraña. Afortunadamente mis compañeros dan buena cuenta del trácnido y es Guilliam quien le da el golpe de gracia.
Después de soportar las burlas del maldito orejas largas, consigo librarme de tan pegajosa atadura.
Tras largas horas de soportar comentarios hirientes y chistes nada graciosos por parte del elfo, descubrimos en la distancia una reyerta entre 6 orcos, un humano, un enano y un elfo.
Una vez que mi hacha ha saciado su sed en las entrañas de un orco, y que recojo mi botín de 6 orejas que adornaran mi collar, se nos une a nosotros Earth Thalen, un paladín elfo (otro elfo en la compañía, era lo que me faltaba)
Al hablar con nuestro nuevo compañero descubrimos que los orcos pretenden atacar Thedrin. ¡¡Que mejor oportunidad que esta de matar pieles verdes!! Ni que decir tiene que nos falto tiempo para ofrecernos a echar una mano en la defensa de Thedrin.
Una vez que llegamos al poblado, nos dedicamos a preparar las defensas, creamos barricadas, así como largas lanzas de madera que repartimos entre los campesinos (ni que decir tiene que nadie agradece mis cualidades como maestro herrero).
Cae la noche mientras podemos escuchar los horribles gritos de guerra de los orcos, y sus pisadas acercándose a nuestra primera línea de defensa. Si la rebasan nadie podrá impedir que acaben con las mujeres y los niños que se han guarecido en una casucha en el centro del pueblo.
Encendemos tres grandes hogueras (y es que no todos posen la maravillosa vista que poseemos los enanos), mientras la primera ráfaga de flechas cae sobre la horda ¡¡LA BATALLA HA COMENZADO!! El número de la primera oleada verde se estima en unos veinte fétidos orcos.
Poco a poco los pieles verdes van cayendo ante nuestra pétrea resistencia, yo mismo cuento a dos entre mis victimas., y cuando la euforia comienza a invadir nuestros corazones, esta queda inmediatamente relegada por un profundo sentido de preocupación (terror en algunos casos), al observar como una segunda ola enemiga carga hacia nuestra posiciones; pero esta vez se pueden distinguir entre la marea de orcos a un osgo y un ogro.
Decidimos plantar cara fuera de las empalizadas y preparar una línea de defensa usando nuestras largas lanzas.
El enemigo se aproxima, ya podemos notar su fétido olor. Pronto la tierra se teñirá de carmesí. Sin embargo ningún defensor flaquea, o por lo menos así lo aparenta. La idea de esos monstruos entrando a sangre y puño de hierro orco en el poblado estimula el animo de los hombres, Pero esta vez no será tan fácil, mucho de los aquí presentes no verán un nuevo amanecer.
El ogro comienza a crear estragos entre nuestras filas; los campesinos caen como trigo maduro bajo la hoja de la guadaña de un segador siniestro. Sin embargo entre sus filas también empiezan a tener bajas y los orcos comienzan a besar el suelo. En medio de la batalla me lanzo hacia el ogro, debo parar su monótona melodía de muerte. Que Moradin me proteja en la lucha, o me conceda un lugar privilegiado en su mesa celestial en el descanso eterno. Mi grito de batalla retumba por toda la llanura.
Pero parece que mi dios me tiene un tanto olvidado en esta ocasión, ya que aunque descargo un tremendo golpe, fallo mi objetivo por escasos centímetros. El contraataque no se hace esperar y mis huesos crujen cuando el ogro me golpea salvajemente. Posiblemente mi maltrecho cuerpo no resistirá otro golpe de semejanza brutalidad pero debo ganar tiempo para mis compañeros y la retirada ya no es una opción. De pronto una figura femenina se me aproxima en medio de tanta destrucción y muerte. Es una clériga procedente del poblado que aplica sus poderes sobre mi cuerpo. De nuevo las energías recorren mi cuerpo y mis ánimos se recobran al ver como mi ataque a ganado el tiempo suficiente para que varios campesinos y el pícaro de nuestra compañía se unan a la lucha. Finalmente el ogro cae ante la incesante presión de nuestras armas. Pero todavía quedan enemigos en pie. Un espantoso grito de agonía recorre todo el campo de batalla cuando el osgo destroza a un bárbaro y lanza su maltrecho cuerpo a través de la empalizada hacia el centro del poblado. Puede que no haya tenido tiempo de salvar al bárbaro, pero sin duda tener la ocasión de vengarle. La hoja de mi hacha queda manchada de sangre después de descargar el primer golpe sobre el osgo. Una alegría única me invade cuando vea a mi enemigo tambalearse, maltrecho por mi ataque.
En mi ayuda (¡como si la necesitara¡) acude Ilindril que remata al osgo. ¡¡¡Encima pretenderá llevarse la gloria de la victoria!!!
Un extraño y sombrío silencio nos cubre poco a poco. La batalla ha finalizado y es hora de hacer recuento de bajas. Thedrin se ha salvado... pero a un terrible precio. Debemos curar nuestras heridas y recoger nuestros trofeos, entre los que se cuentan varias orejas y un Gran hacha que arranco de la inerte mano de un orco. Yo le daré un mejor uso, que un fétido piel verde.
Quién sabe que nuevas aventuras nos deparara el nuevo día… |