| |
Del diario de Lia:
Siguiendo la guía del clérigo Guilliam, al que llevamos prisionero desde el pequeño templo, nos dirigimos al norte hacia las Cascadas resplandecientes, en las montañas. Tras un par de días caminando campo a través, durante los cuales debimos cazar para alimentarnos sobre la marcha (aunque yo sólo recogí bayas, raíces y frutos), llegamos a las montañas aunque un poco al este de nuestro punto de destino previsto, un paso que las cruzase para evitar el puesto zhentárim existente junto al camino del río. Durante esos dos días tuvimos varias pistas que indicaban que nos estaban siguiendo, aunque nunca llegamos a ver a nadie.
Una vez en el paso de montaña, nos sorprendió un tiempo inclemente con lluvia y nieve, que nos hizo avanzar muy lentamente por el estrecho sendero atados con cuerdas. Cuando peor pintaban las cosas llegamos a la entrada de una cueva, aunque tuvimos que luchar contra un lobo de escarcha para acceder a su boca. Una vez en su interior, descubrimos una tosca sala de piedra con un ídolo en forma de hombre-serpiente, que el clérigo Guilliam dijo no reconocer de sus anteriores visitas a la zona.
Después de que el clérigo lanzase una detección de magia a la habitación, esta brilló con una luz intensísima, que al apagarse nos reveló que estábamos en un lugar totalmente distinto, otra gruta subterránea. Con el pícaro sirviéndonos de explorador, tras desactivar una trampa, nos introdujimos en un complejo de salas subterráneas con pasillos bien labrados. La antecámara del complejo de habitaciones estaba ocupada por las estatuas de tres hombres serpiente con cuerpo humano pero cabeza de cobra, cuyos brazos cruzados sobre el pecho formaban con los dedos un símbolo triangular. Sin hacerles mucho caso, avanzamos hacia el interior. En una de las primeras salas que abrimos nos topamos con Frigoder, un bárbaro que había sido transportado allí también por accidente mientras buscaba la tumba del gran guerrero fundador de su tribu, perdida hacía generaciones. Con el refuerzo de sus músculos nos adentramos más en el complejo de salas, sólo para toparnos con un muro con unas inscripciones extrañas escritas en un desconocido idioma que creo empleaba el alfabeto dracónico. Tras dar media vuelta hasta el último cruce, nos dirigimos hacia la derecha para encontrar un pasillo vacío en el que había una puerta de piedra sólidamente atrancada que nuestro pícaro no pudo abrir y más allá una vasta sala rectangular adornada con mosaicos en sus paredes que representaban a varios hombres serpientes adorando un zigurat sobre el que había un gran ojo (¿o era una gran cobra?).
Sin ninguna pista sobre lo que podía ocultar aquella sala, regresamos a la intersección y exploramos el túnel de la izquierda, sólo para ser emboscados por un mantoscuro que me cayó encima y me dio un gran susto al apresarme en su negro abrazo, aunque una vez libre de su manto sucumbió con facilidad a mi ráfaga de golpes.
Un poco más allá los guerreros se toparon con una especie de sabueso con malas pulgas, el cual ya se había encontrado el bárbaro en sus primeras exploraciones del lugar. Con su aullido dejó al clérigo fuera de combate sumido en el pánico, pero entre los demás conseguimos flanquearlo en el cruce y el bárbaro lo convirtió en albóndigas con un par de poderosos ataques.
Por el pasillo del que había venido el sabueso nos topamos
con una barrera de electricidad que cubría el paso, y que
el clérigo fue incapaz de disipar mediante los conjuros mágicos
convencionales. Ante el dilema de los tres caminos bloqueados, se
recurrió a la única fórmula viable: la violencia.
Con una de las estatuas de la primera sala improvisamos un ariete
y echamos abajo la puerta de piedra cerrada del pasillo derecho.
En la sala cerrada había un extraño amuleto. Ilindril
probó a emplearlo junto a las extrañas runas del pasillo
sin salida y con la barrera mágica, pero sin éxito.
El primero que se lo puso fue el enano Mert, quien después
atravesó la barrera mágica sin sufrir daño.
La cruzó de nuevo y le entregó el amuleto al pícaro,
que se lo puso para ir a explorar lo que había más
allá: un recodo del pasillo y una vasta habitación
circular con un enorme ojo de mármol representado en el suelo.
Alrededor de la pared había un total de nueve estatuas iguales
a las tres de la antecámara.
El pícaro, sin encontrar una forma de desactivar la barrera
desde el otro lado, regresó con nosotros. Fui yo quien me
decidí a explorar la sala circular, sabiendo que si había
alguna trampa mi agilidad y velocidad serían la mejor fórmula
para salir por patas y reunirme con mis compañeros. Al pisar
el ojo central, se abrió un pequeño hueco en la pared
que contenía una cajita de madera. La cogí y salí
rápidamente del lugar, para ir a entregársela al pícaro.
Éste la abrió sin pensar, y se comió una aguja
envenenada que le consumió buena parte de su constitución.
En su interior había un pergamino dorado, que se guardó
al no ser capaz ninguno de nosotros de encontrarle significado.
Para nuestra sorpresa, el muro con la inscripción en dracónico había desaparecido, por lo que avanzamos por el túnel recién abierto hasta que encontramos una sala con un agujero que descendía hacia la profundidad hasta unos 80' más abajo. Tras una larga deliberación, fuimos bajando con cuerdas y el elfo Ilindril se ofreció a quedarse el último y bajar trepando por la pared. Lo consiguió durante los primeros 50', pero después perdió apoyo y cayó de morros, aunque aterrizó con cierto estilo amortiguando lo que podía haber sido un golpe fatal.
Siguiendo por la estrecha gruta abierta, salimos a una zona de colinas abiertas que ninguno de nosotros reconoció, ni siquiera el bárbaro. Sabiendo que la magia teleportadora de la cueva de la montaña nos podía haber enviado a cualquier lugar, e incluso otro plano, avanzamos hacia el norte con la guía experta en orientación del bárbaro. Pronto vimos un hilillo de humo tras una colina, y al acercarnos vimos una choza solitaria.
Al no contestar nadie a nuestras llamadas, entramos y vimos una sala bastante bien amueblada. Cuando nos disponíamos a ver otras habitaciones, varios objetos de la sala cobraron vida y nos atacaron. El enano Mert luchó con bravura contra un libro, salvándole la vida al pícaro que se había puesto cobardemente a la defensiva, Ilindril derrotó con facilidad a un cordón de cortina y el bárbaro a otro, aunque yo lo pasé muy mal para subyugar al pérfido atizador de chimenea que atentó contra mi vida. Logré hacer presa en él para sujetarlo, sabiendo que mis puños desnudos no podrían hacer mucho contra el hierro del que estaba hecho, pero él se retorcía como un demonio y en un par de ocasiones se liberó hábilmente de mi experta presa para castigarme con saña el cráneo.
Gracias al clérigo Guilliam, que llegó maza en mano,
el engendro constructo fue derrotado al fin. En la habitación
contigua nos esperaba una escena dantesca: un pobre hombre, sangrante
e inconsciente, estaba atado a una cama mientras un diablillo infernal
se dedicaba con placer a destrozar la habitación. Pronto
lo rodeamos y matamos sin piedad. Mientras yo atendía las
heridas y liberaba al cautivo, con la ayuda del clérigo y
el bárbaro, el pícaro exploró el comedor y
la cocina, donde encontró una puerta trancada que descendía
hacia una despensa. Abrió la puerta y bajó las escaleras,
sólo para toparse con una extraña visión: un
ser humanoide animado, una especie de gólem, construido de
repostería y pasteles. Aunque en principio la cosa podía
parecer graciosa, su resistencia y ardientes golpes (¡¡estaba
recién hecho!!) hicieron mella en los guerreros, que acudieron
en tromba para ayudar al pícaro y rodearlo en el sótano.
Fue mi llegada la que acabó con él: tuve la suerte
de que nada más entrar, el primer bastonazo que le propiné
terminó con su resistencia.
Una vez eliminada con la amenaza, el herido del piso superior,
tras recuperar la consciencia, nos contó atropelladamente
que su esposa, una maga, estaba ausente, por lo que la aparición
del diablillo no había tenido oposición y se había
dedicado a poner las cosas patas arriba por la casa, haciendo que
el gólem y los objetos animados del piso superior quedasen
fuera de control y atacasen a todo el mundo. Pudo encerrar al gólem
en el sótano, pero el diablillo lo capturó y torturó
para después destruir su habitación. |
|